El
árbitro
Se
ha dicho que el partido de fútbol ideal es aquel que se gana con un
penalti injusto fuera del tiempo reglamentario. El error constituye
la esencia de este deporte, generalmente aburrido, que utiliza la
mayor parte de los noventa minutos de juego en un insulso peloteo en
medio del campo, carente de emoción. Solo el error clamoroso del
árbitro es capaz de encender el fuego en las gradas, que al día
siguiente llenará de disputas, de burlas y de gritos las oficinas y
las barras de los bares. Aparte de esto, es el único deporte que
muestra ante el público el vigor de un veredicto inapelable. En la
vida ordinaria cualquier acción ante la justicia tiene posibilidad
de recurso. El delito tiene mil formas de escabullirse o de aplazar
la sentencia y el agravio puede tardar años en ser reparado. Solo en
el fútbol sucede un hecho ejemplar. A estos futbolistas de élite,
divos multimillonarios con novias espectaculares, con escudería de
ferraris y maseratis, miles de fanáticos que les piden autógrafos y
niñas adolescentes que se arañan el rostro al verlos de cerca y se
agolpan para arrancarles los botones y llevárselos de recuerdo, he
aquí que un árbitro, ante una simple protesta, les muestra la
tarjeta roja, les manda a la caseta y ellos agachan la cabeza y
obedecen. Solo en el fútbol sucede que el acta redactada por el
árbitro, en general, sea la primera y última instancia acatada por
las autoridades deportivas. De otro lado, el árbitro concierta todas
las iras del público y asume los insultos, blasfemias y desplantes
que el subordinado no puede lanzar contra su jefe en la oficina o en
la fábrica. Cuantos más errores cometa el árbitro más limpios y
purificados por dentro salen del campo los espectadores al final del
partido. Me gustaban más los árbitros cuando vestían de negro. Ese
atuendo era más acorde con el efecto expiatorio que tienen atribuido
por la sociedad. Hay partidarios de introducir la tecnología en el
terreno de juego, pero si el fútbol es un deporte todavía excitante
se debe al elemento irracional que introduce el árbitro con esa
sensación de que su error en el penalti puede desencadenar un
cataclismo en el universo. No hay nada más ejemplar que esta
justicia expeditiva: error, tarjeta roja y a la calle. Atrévase
usted a hacer eso con su jefe.
EL
PAÍS
04/07/2010
Manuel
Vicent.
TEMA:
Crítica
a los errores del arbitraje, por su influciencia en el fútbol y en
la sociedad, y a la introducción de la tecnología en el arbitraje
futbolístico.
RESUMEN:
Manuel Vicent, en este artículo
publicado en EL PAÍS, reflexiona sobre las diferentes repercusiones
de los errores arbitrales, no solamente desde un punto de vista
estrictamente futbolístico (lo que ocurre en estadio), sino también
sociológico: las reacciones emocionales del público y de los
hinchas, así como la función del árbitro de fútbol en el mundo
del siglo XXI.
ORGANIZACIÓN DE LAS IDEAS:Este artículo periodístico de Manuel Vicent está redactado, en su estructura externa, en un sólo párrafo precedido de un titular, pero, al tratarse de un texto argumentativo, presenta una organización de las ideas basada en los siguientes elementos:
- Primera parte (Líneas 1-6): Introducción, el autor señala el tema de su artículo: los errores arbitrales en el fútbol y añade que, en su opinión, constituyen lo más interesante y emocionante del fútbol.
- Segunda Parte (desde la línea 6 a la 23): Desarrollo de la argumentación: el autor compara las decisiones arbitrales que suelen ser inapelables con el hecho de que en la vida cotidiana las decisiones de la justicia conocen recursos, apelaciones, aplazamientos... También señala el hecho de que los futbolistas, a pesar de ser millonarios, influyentes y poderosos, y el público, a pesar de su enfado, sus gritos y protestas, acaban acatando las erróneas decisiones arbitrales.
- Tercera Parte
(desde la línea 23 hasta el final del artículo) Conclusión:
el autor expone su tesis:
Frente a los que proponen introducir medios tecnológicos para
reducir el número de errores arbitrales, Manuel Vicent piensa que
precisamente el error arbitral es lo más ejemplar del deporte.
El último mundial de fútbol
(Sudáfrica 2010) ha puesto de moda a España en todo el planeta,
más que nunca gracias a la triunfal consecución del campeonato. Al
margen del éxito deportivo de la selección española, en torno al
fútbol se mueven bastantes intereses económicos y empresariales,
bastantes fenómenos culturales y sociológicos, e incluso turbios
manejos políticos. Todo esto hace que este deporte sea mucho más
que once jugadores compitiendo contra otros once jugadores por la
victoria, que supone meter una esfera de cuero dentro de tres palos
clavados en el suelo y que sujetan una red.
En primer lugar, está el público
que asiste al partido en el estadio o bien lo mira a través de la
retransmisión televisiva. Y este público grita y ríe y llora y se
abraza, entusiasmado por el triunfo o desolado por la derrota, y
ocupa las calles y plazas saltando, cantando y bailando. Pero
también, en segundo lugar, está el árbitro, como muy bien
recuerda Manuel Vicent en este artículo publicado en EL PAÍS en
plena competición de este capeonato mundial de fútbol.
Es acertada la opinión de M. Vicent
de no introducir medios tecnológicos en el arbitraje futbolístico.
De mismo modo que no se plantea sustituir por autómatas o robots a
Messi, a Cristiano Ronaldo, a Andrés Iniesta o a Iker Casillas
porque disparen fuera la pelota en el lanzamiento de un penalti o se
resbalen en un facilísimo regate o no paren ese balon que venía
flojo y sin peligro alguno. Ya lo dice el proverbio latino: errar es
humano. Ahí está la gracia, el atractivo de este deporte: a veces
la pelota no entra donde debiera entrar, a veces los jugadores más
bajos, más torpes y más débiles pues, zas, derrotan a los más
altos, los más ricos, los mejores y más fuertes.
Ahora bien, aunque es cierto que, por
lo general, no se repite un partido porque el árbitro no haya
señalado un penalti clamoroso (o al contrario haya pitado un
penalti que todo el mundo vio que no era) o haya anulado un gol que
claramente respetaba todas las condiciones reglamentarias para haber
subido al marcador; también es verdad que en el fútbol también
hay apelaciones y recursos que a veces anulan los efectos
posteriores a una tarjeta roja mostrada por error a un jugador, o
sancionan a un árbitro por su incompetencia.
De todos modos podría darse más
autoridad al cuarto árbitro e introducir jueces de portería, para
asistir al árbitro principal en los casos dudosos de que el balón
entre o no entre en la portería o en otros supuestos extremos. Con
ello se conseguiría una mayor eficacia arbitral pero respetando
siempre la tendencia humana al error y a la clamorosa equivocación.
Esa es la grandeza de la condición humana y también la grandeza
del fútbol.
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